La factura invisible de los cuidados

Aristófanes y la conciliación
Lumpen – 6 de septiembre de 2023

En pleno siglo XXI y a pesar de las leyes que protegen la maternidad y la paternidad en el ámbito laboral y el incremento de controles y sanciones a las empresas que las incumplen, lo cierto es que, tener hijos o el hecho de acogerse a medidas de conciliación por cuidado de un familiar, sigue teniendo, muchas veces, consecuencias negativas que reciben, fundamentalmente, las mujeres. Los cuidados son imperceptibles, no se valoran, pero sustentan la sociedad y quizá deberíamos preguntarnos más a menudo qué pasaría si dejásemos de cuidar.

Además de perder dinero y cotizaciones, en muchos casos, las mujeres dicen adiós a otras muchas cosas como la posibilidad de ascender o tienen que hacer frente a situaciones desagradables como degradaciones, cambios de funciones o de puesto de trabajo, imposiciones tras el regreso de la baja por maternidad, poca comprensión por parte de los compañeros, e incluso despidos. Un chollo vamos.

No es que esto no les pase a los hombres, pero independientemente de las prestaciones por nacimiento y cuidado de menor, que son remuneradas y disfrutan ambos progenitores, los datos sobre reducciones de jornada o excedencias, que son las que suponen pérdida parcial o total de ingresos, muestran que el peso de los cuidados sigue recayendo casi exclusivamente en las mujeres.

Son ellas las que tienen peores salarios y, por este motivo, son las que se acogen mayoritariamente a excedencias o reducciones de jornada.

Y aunque el porcentaje entre los hombres ha aumentado en los últimos años, la realidad es que según datos de la Seguridad Social el número de excedencias dadas de alta en 2023 fue de 54.796 de las que 46.052 correspondieron a mujeres, lo que supone el 84%, frente a 8.744 solicitadas y concedidas a hombres, lo que equivale al 16%.

Además, del total de 2.869.300 personas contratadas a tiempo parcial, el 13,24% (380.600 personas) aluden como motivo de esta parcialidad el “Cuidado de niños o de adultos enfermos, incapacitados o mayores”. De ese 13,24%, el 92,59% (352.400) son mujeres.

Nerea tuvo a su primer hijo con 36 años, cuando regresó de disfrutar de su baja por maternidad se encontró con una persona en su puesto de trabajo. “Volví de la baja y me encontré con un nuevo compañero en mi mesa. Yo no tenía sitio, ni equipo, y desde luego, era la primera vez que mi empresa ponía a alguien a hacer una sustitución por una baja de maternidad. Fue un shock.”.

“Cuando bajé a hablar con recursos humanos me dijeron que habían calculado mal mi vuelta, se disculparon y habilitaron un sitio para mí. Pero no mi antigua sitio, otro diferente, vamos que a la que movieron fue a mí” recuerda.

“Me tuvieron aparcada durante unos meses hasta que decidieron cambiarme de departamento. Fue una situación muy desagradable y, para ser sincera, tampoco recibí mucho apoyo por parte de mis compañeros”.

Las mujeres y el peso de los cuidados

El caso de Nerea, o casos similares, son, por desgracia, muy habituales. El primer día de trabajo tras la vuelta de su baja por maternidad, su jefe le dijo a Tamara que quería tener una reunión con ella para comentarle algunos cambios. Ella se había acogido a una reducción de jornada para poder hacerse cargo de su hija y aquello le sonó un poco raro.

“Efectivamente, en la reunión me dijo, en un tono bastante paternalista, que además de todo lo que ya llevaba, me encargaba una tarea nueva, porque confiaba en mí. Y el caso es que así envuelto con papel de regalo parecía algo bueno, como un premio, pero era todo lo contrario. Era más trabajo, por menos dinero”.

Con la reducción de jornada, yo era la que menos cobraba y la que más trabajo tenía

“Resultó que, con la reducción de jornada, yo era la que menos cobraba y la que más trabajo tenía. La reducción me suponía perder 400 euros y me sentía como una estúpida” cuenta Tamara a In Itinere.

“Para colmo, después me enteré de que durante mi baja se lo había ofrecido a mis compañeros y, como todos se negaron porque requería mucho tiempo y no tenía ningún tipo de compensación, cuando volví, me tocó la china. En mi caso no hubo posibilidad de negarme, fue una imposición”.

Cuando te vuelves invisible

Algo parecido le pasa a Eva, cuando se cogió la reducción de jornada, su jefe empezó a sobrecargarla de trabajo. “Siempre me envía más trabajo a mí que a mis compañeros, todos los días. Además, casi todos los días, cuando va a llegar mi hora de salida, me llama, me envía mails o wasaps con cosas de última hora que no pueden esperar. Yo tengo el tiempo justo para recoger a mi peque de la guardería y no hay día que salga a mi hora”.

Sin embargo, a Irene le ocurre lo contrario, tuvo que reducirse la jornada para cuidar de su madre, y la fueron dejando al margen. “Poco a poco me han ido vaciando de contenido. Me han ido quitando funciones y me ha dejado haciendo gestiones sencillas. Como si el hecho de que me ocupe de cuidar a mi madre por las tardes me anulase como profesional y la verdad es que me siento menospreciada en mi trabajo cada día”.

Estos son algunos ejemplos, pero se trata de acciones muy variadas que, generalmente, escapan a la percepción del resto de trabajadores y trabajadoras que no están en la misma situación que las afectadas o afectados. Es muy complicado demostrar que ocurren y, quizás por eso o porque, cuando a una persona le toca cuidar necesita el trabajo y el dinero, no suelen denunciarse. 

¿Y cuándo son tus compañeros?

En ocasiones este tipo de situaciones no provienen de los jefes o superiores, sino de los propios compañeros y en estas ocasiones resulta especialmente doloroso. Es lo que le sucedió a Isabel que no daba crédito.

“Parecía que mis compañeros se sentían molestos conmigo tras mi reducción de jornada. Empezaron a hacerme comentarios del tipo ¿ya te vas? ¡Qué pronto! ¿no? Pero además se ponían de acuerdo entre ellos para organizar el trabajo, dejándome a mí las cosas más arduas, los periodos de vacaciones o los festivos pagados. Pretendían que yo me quedara con lo que ellos no querían. Como si yo trabajara menos horas, pero tuviera el mismo sueldo. Como si ellos fueran los agraviados. Era surrealista”.

Nunca me esperé esto de mis compañeros y me dolió mucho

“Incluso después de pasar algún día en el hospital o noches enteras sin dormir porque el peque estaba enfermo tuve que soportar que me dejaran los temas más complicados porque como no había ido a trabajar en dos días, estaba más descansada que ellos. Nunca me esperé esto de ellos y me dolió mucho. Cuando me quite la reducción, todos tan contentos de nuevo”.

Con esto, y sin tener en cuenta otros factores como los bajos salarios y las malas condiciones laborales, normal que la natalidad esté cayendo en picado en nuestro país. Es evidente que, a pesar de los avances, queda mucho camino por recorrer.

Cuando te niegan la posibilidad de cuidar

En ocasiones la empresa niega a la persona trabajadora la posibilidad de acceder a la reducción de jornada. Es lo que le sucedió a Jorge. Cuando tuvo a su hijo, era responsable de un departamento en una empresa de seguridad. Pidió una reducción de jornada y le fue denegada.

“La empresa adujo que había varias empleadas con reducción de jornada y no se podía permitir uno más” recuerda, “a raíz de aquello me rebajaron de categoría. Me dijeron que, como tenía otras preocupaciones, era mejor poner a alguien más centrada en mi puesto. Empezaron a ponerme trabas para todo, pero yo necesitaba más que nunca el dinero. En cuanto pude, cambié de trabajo”

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