Una vida laboral corta
Qué raro me sigue resultando tener la incapacidad permanente. Tengo 35 años y mi vida laboral ya se ha acabado. Tuve un accidente por el que perdí la movilidad en las piernas y, siendo transportista, nunca podré volver a realizar mi trabajo. Mis amigos me dicen que me envidian: ¡no tener que trabajar siendo tan joven! Yo me río con ellos y bromeo: “¡Quién pillara una incapacidad permanente!”. Pero en el fondo, ellos lo saben, me frustra: estoy condenado a cobrar una prestación para siempre o, mejor dicho, a intentar sobrevivir con ella.