De niña, cuando pensaba en mi vocación, siempre pensé en que podría vivir de ella. Quería ayudar al mundo y nunca me planteé que, como adulta, también tuviera que comer, disfrutar de tiempo libre o de un salario que me permitiese vivir. Cuando por fin conseguí eso que tanto deseaba, me encontré con un mercado de trabajo que me exigía renunciar a cuestiones fundamentales de la vida, como mi tiempo o un salario que me permitiese vivir. No digo que la vocación sea algo malo, al contrario, pero sí detesto, lamento y sufro que haya personas que se aprovechen de otras personas que, aun jóvenes y llenas de ilusión, quieren cambiar el mundo.
La pérdida de la vocación
De niña, cuando pensaba en mi vocación, siempre pensé en que podría vivir de ella. Quería ayudar al mundo y nunca me planteé que, como adulta, también tuviera que comer, disfrutar de tiempo libre o de un salario que me permitiese vivir.

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