PARÁSITOS

La lucha de clases lo impregna todo. Bong Joon-ho convierte la casa de los Park y el semisótano de los Kim en un tablero vertical donde la arquitectura cuenta la desigualdad: luz frente a penumbra, jardín frente a humedad, arriba y abajo. Con humor negro y una puesta en escena quirúrgica, la película sigue a […]

La lucha de clases lo impregna todo. Bong Joon-ho convierte la casa de los Park y el semisótano de los Kim en un tablero vertical donde la arquitectura cuenta la desigualdad: luz frente a penumbra, jardín frente a humedad, arriba y abajo. Con humor negro y una puesta en escena quirúrgica, la película sigue a una familia que “parasita” por necesidad —encadenando trabajos domésticos invisibles— y desvela el otro parasitismo, el del estatus que se sostiene en servicios mal pagados y reglas trucadas. 

El olor como marca de clase, los desplazamientos por escaleras y túneles, y la coreografía de puertas y pasillos construyen una sátira sin florituras, tan cruda como precisa. 

No hay moraleja fácil: la película desmonta la fantasía meritocrática y muestra cómo la supuesta movilidad social es, en realidad, una escalera bloqueada. 

Al final de sus 132 minutos quedan dos certezas: hay quien parasita porque no tiene alternativa y quien lo hace para mantener el statu quo. Entre ambos, un mercado que organiza la servidumbre moderna con una sonrisa amable. “Parásitos” funciona a la vez como thriller impecable y como espejo de nuestro siglo: entretenida, incómoda y políticamente inolvidable.

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