Se habla del job hopping como una moda en auge, una tendencia laboral o el nuevo hábito de las generaciones más jóvenes. Sin embargo, lo que esconde el uso de esta expresión anglosajona es una peligrosa romantización de la precariedad laboral, que intenta generalizar una situación minoritaria y disfrazar de ambición el drama social de miles de personas trabajadoras.
Quizás la característica más peligrosa del job hopping sea su condición de “voluntario”. El uso de este anglicismo como tendencia o moda presupone que una mayoría de personas jóvenes cambian de trabajo por ambición, ilusión o ansiedad por progresar profesionalmente. No obstante, también implica pensar que la mayoría dispone de una red de seguridad para cambiar de trabajo a la carta, sin temor a perder su principal fuente de ingresos, cuando esto solo se aplicaría en algunos sectores profesionales o casos concretos.
Job hopping: un salto “voluntario” al vacío
El concepto de job hopping, esa búsqueda laboral alimentada por la pasión y el inconformismo, idealiza una situación que está al alcance de ciertos perfiles profesionales, pero que deforma la realidad de una mayoría de personas trabajadoras.
Según un informe del Consejo de Juventud, uno de cada tres jóvenes emancipados tiene que pedir ayuda a sus familias para pagar el alquiler. Otro estudio de la Fundación PwC explica que los jóvenes son el único grupo de edad que no ha recuperado su nivel salarial tras la crisis de 2008. Y, desde la Unión General de Trabajadoras y Trabajadores (UGT), un informe señala que el salario medio de los trabajadores y trabajadoras menores de 30 años es un 25,8% inferior a la media nacional. Esta precariedad dominante, y no la ambición laboral, podría ser lo que fuerza a muchos a cambiar de trabajo continuamente hasta encontrar un puesto que, pese a no alimentar el ego profesional, pueda pagar facturas.
Esta cascada de cifras y estudios, que podríamos seguir enumerando ad infinitum, crean la tormenta perfecta al juntarse con el difícil acceso a la vivienda. Un solo dato resume el panorama: se necesitan 52 años de salario neto para comprar una vivienda media. Este cúmulo de factores eleva la edad de emancipación a los 30 años, por lo que la supuesta tendencia que triunfa entre las personas jóvenes, el job hopping, se convierte en un salto al vacío.
El job hopping no deja de ser un fenómeno homogéneo. En algunos sectores, funciona para crecer laboralmente y sin riesgo aparente. En otros, se convierte en un cambio de narrativa que perjudica a la mayoría. La realidad es cruda y hostil para muchas personas trabajadoras, especialmente para las generaciones más jóvenes. Esta rotación, sumada a la escasa capacidad de ahorro, hace que perder el empleo sea todavía más arriesgado. Por su parte, el paro juvenil, pese a disminuir, sigue siendo una pesadilla para muchos. En estos casos, el job hopping no solo maquilla la precariedad: la deforma hasta intentar convertirla en virtud.